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viernes, 3 de junio de 2011

EL VALOR DE LA PALABRA

Transitamos una época de incertidumbre, de cuestionamientos y frustraciones.
No nos alcanza con lo que tenemos ni con lo que sabemos. Pero tenemos y sabemos muchas cosas y vislumbramos con mayor nitidez un horizonte alentador. Como maestros, nos toca la inquietante tarea de recibir a los nuevos alumnos y de poner a disposición de todos y de cada uno de ellos nuestras mejores herramientas de indagación, de pensamiento y de creación. Alumnos y maestros transitaremos una experiencia compartida en la que la palabra tendrá un lugar central. Con la palabra llegarán al aula las historias, los conocimientos, las ideas, los sentimientos que cada uno “trae en su nombre” y se construirán otros conocimientos y otras ideas, maneras nuevas de pensar, de imaginar, de decir. Esto sucederá, por supuesto, si se producen en el aula verdaderos diálogos. ¿En qué pensamos cuando decimos verdaderos diálogos? En que hay que tener en claro que las historias de los niños, las formas en que las cuentan, los disensos que manifiestan, las preguntas que formulan, no solo tienen ingreso autorizado, sino que son bienvenidos. Significa que en el aula se producen intercambios en los que los alumnos tienen experiencias sociales diferentes entre sí y diferentes de las del maestro (en los diálogos, los participantes desconocen lo que el otro tiene para decirles). Significa que debe ser posible hablar cuando se quiera, pero sin que la impaciencia por participar atente contra la escucha. Significa, por último, que se debe estar dispuesto a cambiar lo que se pensaba en el inicio de la conversación, pero que la prepotencia de una voz o del “lugar que esta ocupa” no debe obligar a nadie a decir lo que no piensa.
Todos los niños aprenden a escuchar y a hablar antes de ingresar a la escuela. El conocimiento de la propia lengua es intuitivo (no necesitamos que alguien nos enseñe explícitamente a hablar) y se desarrolla en todas las comunidades humanas a partir de la interacción entre adultos, niños, mayores y pares. Cuando comienzan Primer Año, los niños traen consigo sus palabras, las de su casa y su comunidad, pero también las de los programas de televisión y las películas que han visto, las de las historias que les han contado y las de los libros que les han leído (si esto fue así). Han desarrollado su lenguaje y pueden usarlo con diferentes propósitos; sin embargo, aún tienen mucho por aprender. Es tarea de la escuela tender los puentes necesarios para que otras palabras, otras formas de decir y otros temas se conviertan también en suyos.
Aprender a leer y escribir en la escuela
A través del tiempo, el concepto de alfabetización y el término que lo designa han ido cambiando. Los alcances de lo que implica estar alfabetizado se modifican en función de los cambios en las distintas sociedades (cambios políticos, sociales, culturales e ideológicos, entre otros).
Actualmente, la palabra “alfabetización” se utiliza, en sentido amplio, para hacer referencia a las habilidades lingüísticas y cognitivas necesarias para el ingreso, la apropiación y recreación de la cultura escrita que la humanidad ha producido a lo largo de su historia (en la ciencia, el arte y los lenguajes simbólicos y matemáticos).
Esa definición es lo bastante amplia como para albergar en la actualidad conceptos tales como el de “alfabetización digital” o el de “alfabetización científica”, lo que muestra la riqueza del término. Sin embargo, cuando se lo utiliza sin un adjetivo que lo acompañe, su uso remite al proceso de aprendizaje de la lectura y la escritura. Por supuesto, no se desconoce que este aprendizaje redunda en el desarrollo del habla y de la escucha, ni que, inversamente, el desarrollo de estas colabora fuertemente con el de la lectura y la escritura.
La alfabetización constituye un proceso profundamente social. No es una adquisición natural, sino el aprendizaje del sistema y las estrategias de uso de un producto cultural: la lengua escrita. Por lo que el modo de desarrollar la alfabetización y la forma de emplear los saberes que implica dependen de circunstancias sociales y culturales concretas. Para garantizar que la distribución del conocimiento se relacione cabalmente con la equidad y contribuya a superar desigualdades de partida en los entornos sociales de los alumnos debe constituirse en un proyecto con intencionalidad pedagógica.
En un proyecto de esta naturaleza se destaca, cada día con más fuerza, el rol ineludible de la escuela y del maestro (que trabajan en conjunto con las familias y con la comunidad). Son imprescindibles una escuela y un maestro que asuman su papel, que conozcan su tarea alfabetizadora, y que puedan diseñar un proyecto y disponer conscientemente de una cantidad de estrategias para llevar adelante esta tarea.
Alfabetización como proyecto escolar
Concebir la alfabetización como apropiación y recreación de la cultura escrita implica que, desde el comienzo de la escolaridad, la lengua escrita debe permitir el acceso a los saberes propios de los distintos campos del conocimiento, para conservarlos, compartirlos y transmitirlos. Al mismo tiempo, todos los campos de conocimiento contribuyen con el proyecto alfabetizador y, a la vez, el proyecto alfabetizador de la escuela contribuye con el aprendizaje en todos los campos.
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BRASLAVSKY, B. (2003), ¿Primeras letras o primeras lecturas? Una introducción a la alfabetización temprana, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.
* COOK, J. Y GUMPERZ J. (1988), La construcción social de la alfabetización. Barcelona, Paidós.



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